No lo voy a negar. Di la teta por flojera, coleché por dormilona, y portee porque me faltaban manos. Ejercí la crianza con apego, respetuosa o natural (como quieran llamarlo) sin tener ni idea de lo que hacía, medio por instinto y medio por la vida.
Hace diez años cuando nació Fernanda, mi hija mayor, yo tenía 27 y definitivamente era otra mujer. Hoy me veo y me doy cuenta del camino recorrido y todo lo que he aprendido. Hace diez años era muy engreída, no sabía nada sobre maternidad y siempre había tenido ayuda en casa para todo ¿Les suena? De repente me encontraba en otro país, aprendiendo a ser mamá y ama de casa al mismo tiempo.
No tenía mayor información que la que leía en un par de revistas. Era el 2003 en Madrid y no tenía internet en casa, cuando iba al locutorio era para chatear y mandar mails a la familia. No tenía clases de prenatal, amigas embarazadas o con hijos, ni mucho menos una Tribu.. andaba totalmente desinformada, guíandome por el instinto y la supervivencia.
Cuando estaba embarazada de 5 meses y medio fui a pasar un mes a Madrid con mi flaco. Luego de 4 semanas de visitar amigos y hacer turismo, decidimos que por cosas de la vida no volvíamos más, así de simple. Decisión tomada con pasión y las entrañas como todas las decisiones de vida que hemos tomado hasta hoy.
Ahí me encontraba, en otro país con una panza de 6 meses, 2 chompas, 3 polos, 2 buzos de mi hermano y 1 jean de embarazo. En Lima había quedado atrás todas mis cosas, la ropa de bebe, coche, biberones, y sobre todo muchas costumbres y consejos que aún no había recibido cuando partí.
Poco antes de que Fer naciera, cuando aún no dominaba los quehaceres del hogar, sino más bien, ellos me dominaban a mí, decidí que era momento de organizarlo todo para su llegada. Lavé la ropa, hice el maletín, preparé su cuna y decidí lavar y esterilizar sus biberones. Si bien yo tenía claro que daría la teta los primeros meses y aún no había tomado ninguna decisión frente a la formula, el intento frustrado de lavar biberones fue el primer y definitivo paso hacia mi lactancia exclusiva. Mientras lavaba los chupones me imaginaba lo que sería eso sucio en verano si no lo lavaba de inmediato: infecciones, bacterías y hongos rondaban mi cabeza, pero me acordé que había leído que los biberones se hervían para esterilizarlos.
20 minutos después estaba tirando la olla y los biberones a la basura. Si, así es, puse los biberones de frente en la olla, se derritieron y se quemó todo. Recuerdo salir de la cocina hablando sola “ Ni loca. No pienso lavar un biberón, en mi vida. Daré la teta mientras tenga leche” Y así fue… durante 17 meses tuve leche, di la teta y nunca, pero nunca volví a lavar ni quemar un biberón.
Algo parecido fue mi encuentro con el colecho. O como el colecho me encontró a mí. Cuando llegamos con Fer del hospital y la puse en su cuna recuerdo jalarla y ponerla juntito a la cama, para tenerla más cerquita y también no lo voy a negar, porque era la primera noche y no quería tener que levantarme de la cama cuando se despertara. La cosa fue así, la acosté en la cuna, pegadita a mi cama, y medio que me dormía mientras la miraba. La verdad no me sentía del todo segura teniéndola separada por unos barrotes ¿suena exagerado no? Pero lo cierto es que así se veía desde mi ángulo de madre primeriza al otro lado de la cama. Lo bueno vino cuando se despertó. La hice linda dije yo, no hay que salir de la cama… pero parece que no fue suficiente. Recién parida me demoré en sentarme, agacharme hasta la cuna, sacarla y darle el pecho. La niña ya lloraba, se llenó de gases y demoro en agarrar la teta, eran la 1am y la imagen no se veía tan romántica como yo la imaginaba. Por fin se calmó y empezó a mamar, ella comía y a mi el sueño me vencía. Me dormía, sentada en la cama con la niña en brazos, despertándome a sobre saltos aliviada de que no se me hubiera caído. Cuando terminó de mamar sacarle el chanchito y volverla acostar en la cuna. Una hora y volver a arrancar. Ni más me dije. Así no se puede dormir. Tiene que haber otra forma mejor para las dos.
Luego de dos noches de ensayos y búsquedas de posiciones ya agotadas nos quedamos las dos profundamente dormidas, juntitas en la cama. Entre sueños, sentía como me subía la leche y oí suavecito a Fernanda como mamaba buscando la teta, la acerqué un poquito más y mientras ella aún estaba completamente dormida y yo en medio de un sueño le puse la teta en la boca y la niña mamó sin despertarse y yo seguí soñando. Me desperté al rato, ella había terminado la teta sin despertarse, yo había seguido durmiendo todo el rato. Habíamos descubierto el colecho, habíamos descubierto el secreto de la vida… se podía seguir durmiendo.
Con Fernanda de 3 semanas y según yo todos mis problemas de maternidad resueltos cansados de Madrid decidimos ir en búsqueda del horizonte a Barcelona. Que ciudad maravillosa para pasear, para salir, para caminar, para vivir. Nosotros estábamos solos. MI flaco se iba a trabajar y yo me iba a hacer las compras, papeleos, encargos y a pasear con Fer de arriba abajo (literalmente). Los primeros días la llevaba en coche, pero las distancias eran tan largas, las escaleras del metro eran tantas y la teta era tan seguida, que siempre terminaba cargando a la bebe con una mano y con la otra empujando el coche que iba con las compras, las casacas, el maletín, la cartera y todo lo que te puedas imaginar. Era entre un malabarista y un hombre orquesta, solo me faltaba el jarrito para comenzar a pedir monedas. Era una pesadilla.
Ya se imaginarán la liberación que sentí al descubrir el portabebe ¿no? Dejé de ser un Ekeko, para ser una madre orgullosa. Fernanda iba en brazos, feliz, mamando, durmiendo y riendo, y yo recorriendo todo Barcelona disfrutando de mi libertad y mi maternidad.
Y fue así como hace 10 años sin imaginarlo, me encontré sin pedirlo ni buscarlo, lactando, colechando y porteando.
Artículo publicado en La Revista Dientes de Leche Agosto del 2014